La intervención “humanitaria” de los estados de la OTAN en Libia con el propósito, esencialmente, de suministrar asistencia militar a una de las partes de una guerra civil local, ha demostrado una vez más que: no existen “revoluciones” en el Norte de África y Oriente Medio. Hay solamente una lucha testaruda y amarga por el poder, los beneficios, la influencia y el control sobre los recursos petrolíferos y las áreas estratégicas.
El profundo descontento y las protestas socio-económicas de las masas trabajadoras de la región, generados por la crisis económica global (ataques a las condiciones de vida de los trabajadores, aumento del paro y la pobreza, profusión de empleo precario) son usados por los grupos políticos opositores para dar golpes de estado, destronar la tiranía de dictadores corruptos y seniles y ocupar su lugar. Movilizando a los parados, los trabajadores y los pobres como carne de cañón, las facciones descontentas de la clase dirigente los distraen de sus demandas económicas y sociales, prometiéndoles “democracia” y “cambio”. De hecho, la llegada al poder de este bloque variopinto de “diputados comunes” de la élite gobernante, liberales y fundamentalistas religiosos, no traerá a los trabajadores ningún cambio a mejor. Conocemos bien las consecuencias de la victoria de los liberales: nuevas privatizaciones, fortalecimiento del caos de los mercados, emergencia de los próximos billonarios y aún mayor pobreza, sufrimiento y miseria de los oprimidos y los pobres. El triunfo de los fundamentalistas religiosos significaría el crecimiento de la reacción clerical, la supresión despiadada de mujeres y minorías, y el deslizamiento inevitable hacía una nueva guerra árabe-israelí, cuya crudeza nuevamente descansaría en los hombros de las masas trabajadoras. Pero incluso en la opción “ideal” de establecer regímenes de democracia representativa en los países del Norte de África y Oriente Medio, la gente trabajadora no ganará nada. El trabajador, dispuesto a arriesgar su vida por la “democracia” –es como un esclavo dispuesto a morir por su “derecho” a elegir amo. La democracia representativa no merece una gota de sangre humana.